sábado 27 de abril de 2024 - Edición Nº1970

Discapacidad | 14 jun 2022

¿Y a vos qué te haría felíz?

Sebastian Medina, «Coqui» o «Sebas» para sus familiares y amigos, es un joven de 21 años de Grand Bourg, que a los pocos días de nacer sufrió un paro cardíaco que le provocó una parálisis cerebral, dejando como secuela una discapacidad motriz y en el habla. Desde ese momento, comenzó una serie de tratamientos neurológicos y de rehabilitación que lograron mejorar en parte su calidad de vida. En su adolescencia, consciente de su limitación física, sufrió una profunda depresión en la que llegó a confesar que no quería vivir más. Una pregunta que le hizo su papá lo sacó de ese estado de tristeza: ¿Y a vos que te haría felíz? (Informe del Diario El Zorzal)


Llegamos a la intersección de las calles Matheu y Gutiérrez, en Villa Maipú, San Martín. Allí nos esperaban Sebastián y su mamá, Luciana, para ingresar al estadio de Chacarita. Detrás de ellos, el mural de Carlitos Balá pintado en la pared lindera al acceso de las plateas nos recibe con una sonrisa, junto a su célebre frase: ¿ Qué gusto tiene la sal?. Al entrar, madre e hijo se saludan con todo el personal del club. A la izquierda se encuentra la sala de prensa, y a la derecha un gimnasio. Mientras caminamos hacia el campo de juego, los ojos del joven, ferviente hincha del Funebrero, se ponen brillosos. 

El sol del domingo apenas empezaba a entibiar cuando Sebastián, con cuatro años, agarraba su pelota e iba a despertar a sus padres para que lo llevasen a la canchita del barrio, que estaba a unas pocas cuadras de su casa en Grand Bourg. En el camino, pasaban a buscar a todos los pibes que vivían en el trayecto hasta la cancha. Al llegar, Sebastian ponía la pelota en el pasto, y los demás corrían siempre evitando jugar con él.

Su tristeza y frustración aumentaba con el correr de los fines de semana. Un domingo después de buscar a todos los chicos del barrio, y ver que en la cancha todos jugaban menos su hijo, José, padre de Sebas, fue hasta la mitad del terreno, y mientras agarraba la pelota les dijo: «Si no juega Sebi, no juega nadie», y se la llevó.

El menor de tres hermanos varones, a Sebastian le gustaban varios equipos pero nunca se decidió por ninguno. Si en su infancia le hubieran concedido un deseo,  seguro pedía ser jugador de fútbol. La barrera de su movilidad física, así como las constantes convulsiones, marcarían la primera etapa de su vida. 

En una tarde gris de primavera, ya con 13 años, sentado en el borde de la cama, y con la voz quebrada por la angustia, el joven le dijo a su mamá y a su papá: «¿Por qué estoy así? No quiero vivir más, déjenme ir, no aguanto más esto». El silencio invadió el cuarto. Luciana y José comenzaron a llorar, mientras se agarraban la cabeza. Pasaron unos minutos y su papá le preguntó: «¿Y a vos que te haría felíz?». Un poco más calmado pero todavía sollozando, Sebas respondió: «Conocer un estadio de fútbol». Desde ese momento, su papá junto a un tío, Gustavo, planearon llevarlo a la cancha de Chacarita, de la que José es hincha, pero a la cual nunca había asistido.

El atardecer caía en un día templado de noviembre de 2013. Recorrieron en auto los 30 kilómetros que separan Grand Bourg de San Martín. Chacarita jugaba de local frente a Chicago, por el campeonato de Primera B. Sebastian, su papá y su tío se quedaron parados en el cruce de Gutiérrez y Pueyrredón comiendo unas hamburguesas en la parrilla de «Don Ramón.» Ese día su mamá no había podido ir. Miraban inquietos todo lo que sucedía alrededor, sin perderse detalles.

Todo lo que siempre habían visto por televisión ahora lo veían en vivo y en directo. Hinchas con la camiseta de Chacarita, otros en cuero, caminando en las calles aledañas al estadio. «Hoy ganamos», gritó un aficionado. Estuvieron ahí unos treinta minutos. La hora del inicio del partido se acercaba. Unos cien fanáticos se reunieron en la puerta para entrar mientras agitaban los brazos y cantaban canciones. En ese momento los tres deciden unirse al grupo. Sin saberlo, estaban ingresando con la barra «La famosa banda de San Martín».

Sebastian estaba un poco nervioso y aturdido. Dudaban si debían quedarse, pero finalmente lo hicieron. José decidió subir a su hijo a sus hombros. Casi como en una peregrinación, todos caminaban lentamente mientras que los hinchas que ya estaban ubicados en la tribuna abrían paso para que la barra pueda tomar su lugar. El sonido de los bombos marcaba el ritmo de la marcha. Rozando un pasaje religioso, como cuando Moisés abrió las aguas para que el pueblo judío escape del sufrimiento, cada paso que recorría Sebastian en esa multitud que se abría, era un paso en el que se aferraba más a la vida. 

Al verlo cantar, sonreír y disfrutar en un estado de total liberación, su papá y su tío se pusieron a llorar. «Nació un nuevo horizonte, se impregnó de esa energía, de ese folklore. Gracias al fútbol se abrazó a la vida, y eso para nosotros es una felicidad inmensa», cuenta Luciana, su mamá, sentada en el banco de suplentes visitante.

Al notar a su hijo contento de haber vivido esa experiencia, sus papás se pusieron en campaña para sacar el pase para tener el acceso al sector de discapacidad. También pasaron a formar parte de la peña de Chacarita en Malvinas Argentinas. 

Como una suerte de previa, un día antes de cada partido empiezan los preparativos sobre qué camiseta Sebastian va a elegir ponerse. «Cuando voy con tal camiseta y gana, sigo con esa camiseta», revela entre risas el joven. En la jornada del partido, su familia deja de lado sus actividades laborales y disfrutan del día. «Nos juntamos en la peña o en casa, compartimos y salimos en caravana hasta la cancha. Vamos tocando la bocina y flamenado la bandera de Chaca por la ventana. Sebastian lo vive con mucha alegría y emoción todo eso».

Hace ya ocho años que siguen al Fúnebrero cada vez que juega de local. En este tiempo, varios miembros de la comisión directiva se acercaron a la familia para ponerse a disposición. «Nos ayudaron a construir un baño en casa adaptado a sus necesidades», cuenta Luciana, quien agrega: «Esta es nuestra familia». También les prometieron terminar un baño para discapacitados en la cancha que está en proyecto. Hace meses atrás, varios dirigentes frente a todo el estadio lo distintinguieron como al mejor hincha. Esa tarde le regalaron una camiseta firmada por todos los jugadores.

Son las cinco de la tarde, vamos cerrando la entrevista. Mientras salimos del estadio, su mamá le pregunta a su hijo si tiene frío. «Acá nunca», responde con un tono pícaro. «Sebas» quiere sacarse una foto junto al mural de Carlitos Bala. Sus sonrisas se hacen una.

Fuente: Diario El Zorzal

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