El huracán que quiso detenerla y el viento que la impulsó hacia la eternidad del oro

Nació un 24 de septiembre de 1977, en Chile, con el deporte presente como una pasión, aunque no como destino. A los 22 años, su vocación por la administración hotelera la llevó a Puerto Rico, donde trabajaba cuidando cabañas. Todo parecía un comienzo prometedor, hasta que la naturaleza decidió ponerla a prueba.

En 1999, el huracán Lenny golpeó con fuerza las costas caribeñas y, en medio del caos, Francisca sufrió un accidente que cambió su vida para siempre: una caída que le fracturó la columna y la dejó en silla de ruedas. “Fueron años durísimos, con operaciones, hospitalizaciones y casi cuatro años de rehabilitación. Desde entonces vivo con dolor crónico”, recuerda con crudeza. Sin embargo, fue en medio de esa oscuridad donde encontró la primera luz. Como parte de su rehabilitación le recomendaron practicar tenis en silla de ruedas. Y así, con una raqueta en mano, volvió a sentir la adrenalina de estar viva: “Mover la silla, golpear la pelota y sentir el viento en la cara fue volver a respirar libertad”.

El tenis le regaló momentos de gloria. Integró el Team Chile, ganó medallas de bronce en Río 2007 y Guadalajara 2011, y participó en los Juegos Paralímpicos de Londres 2012. Pero una lesión en el brazo derecho la obligó a tomar una decisión dolorosa: despedirse de las canchas. Lejos de derrumbarse, Francisca buscó una nueva sanación. Esta vez, en el atletismo. Eligió el lanzamiento de bala, disciplina que la llevaría a conquistar el mundo. En Lima 2019 obtuvo la medalla de plata y el verdadero despegue llegó en Tokio 2020: con un lanzamiento de 8,33 metros, se colgó el oro paralímpico y batió el récord mundial… ¡dos veces en el mismo día!