
Otros | 2 jun 2025
Remo
Sol Amaya se bajó del bote… ¿y cuántos más seguirán ese camino?
Sol Amaya fue campeona olímpica en Puerto Madero. Un hito para el remo argentino. Una medalla, una bandera, una ovación. Pero también una historia que —lamentablemente— representa todo lo que está mal en el deporte nacional: falta de apoyo, desgaste emocional y becas que rozan lo insultante. En una reciente entrevista, confirmó lo que muchos sospechaban: dejó el remo. No por falta de talento, no por lesiones ni por edad. Lo dejó porque no podía más. Porque se subía al bote y ya no encontraba sentido. Porque entrenar a nivel mundial para cobrar 300 mil pesos al mes (menos de 300 dólares) no es una vida digna. Porque el “alto rendimiento” en Argentina es una carrera de resistencia económica, mental y emocional.
Su testimonio es claro: “Ciento por ciento. Hoy con resultados certeros cobrás 300 mil pesos de becas y eso cansa mucho”. ¿Qué puede construir un país con esa inversión en sus atletas? Nada. Apenas el abandono sistemático que viene creciendo y que este nuevo gobierno parece decidido a profundizar.
Mientras en países como Brasil el remo argentino es reconocido y homenajeado (como en el Club Regatas Flamengo, donde el nombre de Sol brilla en una estrella del suelo), acá es solo un deporte de nicho. El Estado apenas lo ve, y cuando lo hace, es para recortar.
¿Qué mensaje se le da a los y las jóvenes que sueñan con representar al país? ¿Qué lugar hay para ellos si las instalaciones están cerradas, si las becas no alcanzan para cubrir un alquiler, si entrenar en condiciones dignas es una utopía? Lo de Amaya no es una excepción: es una señal de alarma. Ya lo vimos en otras disciplinas. Lo vemos cada vez que un campeón mundial tiene que vender rifas para viajar. Y lo vamos a seguir viendo mientras la política deportiva siga siendo sinónimo de abandono.
El deporte argentino está siendo vaciado. Las medallas ya no son el objetivo, sino una casualidad heroica. El sacrificio de nuestros atletas no está siendo recompensado ni reconocido, sino explotado. Y quienes deberían cambiar esta realidad, prefieren hablar de “mérito” desde un escritorio con aire acondicionado.
Sol Amaya ya no rema. Y no porque se haya rendido, sino porque eligió cuidarse. Pero la pregunta que queda flotando es: ¿cuántos más van a bajarse del bote antes de que empecemos a remar todos para el mismo lado?


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