
Fútbol Femenino | 18 may 2025
Primera División AFA
Una final sin cancha: la vergüenza del fútbol femenino
Por más que el grito de gol de Mariana Larroquette haya retumbado fuerte en Rosario, y que Newell’s se haya coronado campeón ante su clásico rival en una final cargada de emoción y simbolismo, lo cierto es que lo que debería haber sido una fiesta para el fútbol femenino terminó opacado por una postal que se repite con demasiada frecuencia: la precariedad estructural.
El partido decisivo del clásico rosarino, nada menos que una final, se disputó en el predio de Cristalería, una de las subsedes con menor infraestructura de Rosario Central. Allí, entre canchas que apenas resisten el paso del tiempo y condiciones logísticas inadmisibles para un evento de esa magnitud, dos equipos dejaron todo dentro del campo para sostener, a pura entrega, un espectáculo que merecía mucho más.
No hubo explicaciones oficiales sobre por qué se eligió ese escenario. Algunos intuyen que fue una maniobra para deslucir el festejo leproso, otros señalan la evidente falta de apoyo institucional hacia el femenino canalla, que atraviesa un presente crítico después de haber peleado los primeros puestos apenas un par de años atrás. Pero más allá de las especulaciones, el dato es concreto: el fútbol femenino argentino aún se juega en canchas indignas, sin planificación ni respaldo.
La voz de la capitana de Newell’s, María Victoria Vives, es clara y contundente: “Con el poco tiempo que tiene el femenino en competencia, no podemos creer que aún se siga jugando en estas condiciones”. El análisis es realista y necesario. ¿Cómo construir una disciplina sólida si ni siquiera se garantiza una logística mínima para las finales?
Mariana Larroquette, histórica de la selección argentina y autora del gol del título, fue aún más tajante: “Es una vergüenza la cancha. No se lo merece ni Central, ni nadie jugar acá. Menos una final”. Su indignación tiene respaldo. Ya lo había dicho cuando Newell’s le ganó a Boca la Copa Federal: “A los equipos del interior nos han tratado muy mal. No nos han dado alojamiento ni comida. Se llama Copa Federal, pero se juega en el predio de AFA de Buenos Aires. De Federal me parece que no tiene nada”.
Sus palabras no son aisladas ni emocionales. Reflejan una realidad estructural: la brecha entre el esfuerzo de las jugadoras y el respaldo institucional es alarmante. No se trata solo de falta de inversión, sino de falta de voluntad.
Lo que pasó en el clásico rosarino no es un caso aislado, es apenas un nuevo capítulo en la historia de un fútbol femenino que crece desde abajo, empujado por las propias protagonistas, sin el acompañamiento serio que merece. Es una muestra más de cómo se sigue bastardeando una disciplina que pide a gritos profesionalismo real.
La AFA tiene una enorme deuda. No alcanza con mostrar avances simbólicos o sostener un calendario de competencia si no se garantiza igualdad de condiciones para todos los clubes, si no se federaliza verdaderamente el torneo, si no se respeta el trabajo de cientos de jugadoras, entrenadoras y equipos que hacen malabares para sostener sus proyectos.
El título de Newell’s, conseguido con esfuerzo y talento, es motivo de celebración. Pero también es una oportunidad para hacer una pausa y mirar con honestidad la escena completa. Porque si el futuro del fútbol femenino depende solamente de la entrega de sus protagonistas, sin estructura ni apoyo, entonces será difícil que esa promesa de crecimiento se sostenga en el tiempo.
Hay una nueva generación de jugadoras que ya está tomando nota. Y ellas —a diferencia de muchas que quedaron en el camino— no están dispuestas a seguir siendo tratadas como un apéndice del fútbol. Quieren, exigen y merecen más.


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