jueves 12 de diciembre de 2024 - Edición Nº2199

Otros | 12 nov 2024

De la historia a la modernidad: el faustball brilla en Argentina

El faustball es un deporte de origen antiguo, nacido en Italia durante el Imperio Romano, cuando era conocido como "Pallome" o "Juego de la Pelota". Con una historia de casi dos mil años, este deporte fue adoptado y perfeccionado principalmente en Alemania, convirtiéndose en una disciplina tradicional en Europa, especialmente en países como Suiza y Austria. Llegó a Argentina con los primeros inmigrantes alemanes que se establecieron en regiones como Misiones, Córdoba, Buenos Aires y Santa Fe, donde florecieron los clubes dedicados a este deporte. La federación argentina se fundó el 25 de mayo de 1948, y desde entonces organiza torneos nacionales y participa en mundiales de la especialidad cada cuatro años.


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El faustball se juega generalmente al aire libre en una cancha de césped de 20×50 metros, aunque en invierno, especialmente en Europa, se practica en canchas cubiertas de 20×40 metros. La cancha está dividida en dos mitades por una redecilla de 5 centímetros de ancho, que en el juego masculino se sitúa a una altura de 2 metros y en el femenino a 1,90 metros. En cada lado del campo juegan cinco jugadores, y, aunque se le asocia a veces con el vóleibol, el faustball tiene características únicas que lo diferencian.

Las principales reglas que marcan su diferencia con el vóley incluyen:

  • El saque puede realizarse desde cualquier parte de la cancha, desde la línea de fondo hasta algunos metros antes de la redecilla divisoria.
  • Se juega con una sola mano y a puño cerrado, lo que requiere precisión y fuerza.
  • La pelota puede rebotar hasta dos veces en el suelo entre los tres toques permitidos antes de ser devuelta al campo contrario.

Recientemente, la ciudad de Montecarlo, conocida como la Capital Provincial del Deporte en Misiones, fue sede del mundial femenino de faustball, donde once selecciones participaron en esta emocionante competencia. Durante cuatro días, más de 200 atletas y alrededor de 5.000 espectadores en la final vivieron jornadas de intensa competencia y camaradería. La convivencia entre los equipos fomentó un ambiente de armonía y solidaridad, destacando el "tercer tiempo" similar al rugby, en el que, después de cada partido, los jugadores comparten anécdotas y experiencias, dejando de lado la rivalidad deportiva.

En esta edición, Brasil se coronó campeón, derrotando a Alemania en la final por cuatro sets consecutivos (la final se juega al mejor de siete sets con un puntaje de 11, con diferencia de dos puntos). Con esta victoria, el pais vecino rompió la hegemonía de siete años de las europeas, quienes defendían el título mundial. Por su parte, nuestra nación logró un digno sexto puesto, asegurando su clasificación para el próximo mundial junto a Suiza (tercero), Austria (cuarto) y Chile (quinto).

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